
Folía das Ardentes: un espectáculo vibrante, reivindicativo y envolvente

© Lilith Visuals
Una propuesta vibrante, reivindicativa y profundamente envolvente es lo que ofreció Mondra el pasado 20 de marzo en la Sala Villanos de Madrid. El local se convirtió en el epicentro de una experiencia sensorial que trascendió lo puramente musical, ya que Mondra cerró su gira Folía das Ardentes con un espectáculo donde el directo y la puesta en escena se hicieron uno. Con un sonido que bascula entre lo electrónico y lo orgánico, la ausencia de visuales se convirtió en un acierto: el poder del directo, la cuidada iluminación y el talento interpretativo del artista y sus bailarines fueron más que suficientes para construir un universo propio.
El show arrancó con todos los intérpretes vestidos de negro y con una entrada majestuosa: los bailarines subieron al escenario con flores, marcando el tono ceremonial del inicio. La conexión con el público fue inmediata, no solo por la expresividad de Mondra, sino también por sus pausas para interactuar y alzar la voz por causas sociales como el conflicto en Palestina y sus raíces gallegas, representadas con orgullo a través de su bandera. Entre el piano, la danza y una teatralidad estudiada, el artista alternó entre narrador y protagonista de una historia en constante transformación, donde cada canción era un acto en sí mismo, protagonizado en ocasiones por una bailarina y en otras por su homólogo masculino.
El segundo bloque trajo consigo un cambio visual: los atuendos se tornaron blancos, en sintonía con la atmósfera más etérea que inundó el escenario. En este tramo, uno de los momentos más celebrados de la noche llegó con la intervención estelar de Dulzaro, quien acompañó a Mondra en Un labradorito, su colaboración recién lanzada dentro del primer proyecto de Dulzaro, Ícaro. La energía conjunta de ambos artistas y la calidez de sus voces elevaron aún más la experiencia, en un instante cargado de emoción y complicidad.
Uno de los puntos álgidos de la noche fue cuando Mondra abandonó momentáneamente el escenario para subirse a una tarima e interpretar una pieza a capella, dejando al público hipnotizado por la pureza de su voz. Acto seguido, rompió la barrera con los asistentes y se sumergió entre ellos, recorriendo la sala en un paseo casi místico antes de regresar al escenario. La percusión tomó entonces el relevo en un solo vibrante que marcó la transición hacia el siguiente cambio de vestuario: esta vez, los artistas reaparecieron vestidos de plateado, listos para un nuevo giro sonoro y estético.
La pandereta, manejada con maestría por Mondra, fue un elemento clave en la propuesta musical, reforzando la raíz tradicional dentro de un contexto electrónico que osciló entre lo onírico y lo festivo. Las luces blancas dieron forma a una primera parte etérea, mientras que la segunda, dominada por rojos y azules, abrazó la estética rave con un sonido discotequero que invitó al desenfreno. Y, como colofón, el último bloque se tiñó de rosa en una explosión de júbilo y celebración, cerrando la velada con una auténtica fiesta colectiva.
Mondra no solo demostró su solvencia como músico, sino también su capacidad para construir un espectáculo total donde la música, la danza y la narrativa se entrelazan con una fluidez asombrosa. Un aplauso merecido para su director creativo y para la impecable ejecución en directo de un show que deja huella. Un cierre de gira a la altura de un artista que ha sabido elevar su propuesta a otro nivel.
















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