
Yoly Saa nos toca el alma en Oviedo

@ Blulens Photography
M.S.
Hay conciertos que no necesitan efectos, ni luces espectaculares, ni un gran despliegue técnico para dejar huella. Y lo de Yoly Saa en La Salvaje de Oviedo fue uno de esos momentos en los que la música se despoja de todo artificio para hablar directamente al alma. En un formato acústico y minimalista, la gallega ofreció un recital íntimo y sincero, donde cada nota y cada silencio parecían pensados para abrazar al público.
Desde el primer acorde, Yoly rompió cualquier barrera entre escenario y sala. Se presentó como una amiga que ha venido a contarte lo que le pasa, con una guitarra entre las manos y las emociones a flor de piel. El ambiente que se generó fue el de una sobremesa cálida entre colegas: cercanía, risas, y esa complicidad tan difícil de fingir que solo surge cuando hay verdad. El público, sorprendentemente variado, era una muestra perfecta de lo transversal que es su propuesta. Cada uno encontró en sus canciones un reflejo, una herida o un consuelo. Y en ese pequeño caos de estilos y edades, se dibujó una sala unida por una misma vibración.
Uno de los momentos más emocionantes llegó cuando Yoly compartió que antes de lanzar su último disco estuvo a punto de dejar la música. Lo dijo sin dramatismos, con la serenidad de quien ha estado al borde y ha decidido seguir. Esa confesión dio aún más sentido a cada una de las canciones del repertorio, convertidas en prueba viva de resistencia, de fe, de amor por lo que una es.
Cantar bonito
La puesta en escena fue deliberadamente austera. Sin apenas iluminación, sin cambios de ritmo ni grandes contrastes. La luz tenue dejaba todo el protagonismo a su voz, y cada canción fluía en un mismo hilo emocional que hacía que el tiempo se detuviese. Parecía que todo sonaba igual, sí, pero en el mejor de los sentidos: como un mantra, como una historia que no querías que terminase.
Yoly Saa canta bonito. Pero no solo bonito de afinación y técnica, sino bonito de verdad. Tiene esa clase de voz que parece que ya viene vivida, que no necesita alzar el volumen para estremecer. Suena dulce cuando debe, rota cuando toca, y siempre con una intención clara, sin impostura. Lo de La Salvaje fue una conversación sin guión, un refugio de canciones compartidas, una noche de esas que no se olvidan porque te hacen sentir que la música todavía importa. Y que, por suerte, Yoly Saa decidió no dejarla atrás.









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