
Dulzura, fuerza y sentimientos al desnudo con Marilia Monzón en A Coruña

© Esther Aristarain
Esther Aristarain
La dulzura de Marilia Monzón suele darse por sentada. No sólo a causa de su voz cristalina que traspasa, sino porque habla y canta con suavidad o incluso hasta con ternura. Pero esa apariencia apacible no opaca lo que se intuye bajo la superficie: una gran determinación para construir la trayectoria artística que desea, explorando el pop-folk de raíces canarias y latinas, dotándolo de su toque personal sin renunciar nunca a su esencia. El pasado 24 de abril, la Sala Mardi Gras de A Coruña fue testigo tanto de su espíritu afable como de su fuerza, en una velada caracterizada por la sencillez al desnudo de los sentimientos, de las notas de una guitarra, de una botella de agua llena de arroz o de un pandero.
En el repertorio pudimos escuchar las canciones de su álbum debut, Prenderé una velita, un trabajo en el que le canta al amor, a la esperanza, a sus amigas, a sus raíces o a la inmigración… En Coruña vimos cómo la artista iba desenvolviendo poco a poco su música como un regalo ofrecido desde la honestidad que otorgan los escenarios pequeños, desgranando versiones acústicas y revelando un atisbo de su sensibilidad y de su emoción. Hubo espacio para canciones nuevas, como Hay un fuego prendido, una llama amorosa que surge entre dos personas. Y también pudimos disfrutar de Agua Bendita, un single que acaba de lanzar -febrero de 2025- que en su versión más elemental nos regaló un fragmento a capela con el único apoyo de la percusión. Demostró así que este avance de lo que se viene para este año funciona en la versión de estudio -en la que se sienten los aires del México donde se grabó, y que exhibe una producción en la que casi palpamos el agua azul o el viento del norte fusionando música y naturaleza- pero es capaz de brillar igualmente al abrigo de la simplicidad.
Amor por Galicia
El concierto tampoco estuvo exento de anécdotas. Nada más empezar quiso agradecer la colaboración del guitarrista, que sustituyó a su habitual compañero de andanzas que no pudo acudir a causa de un contratiempo. Al poco de comenzar se enfrentó además a la ruptura de la baqueta del pandero, algo que su equipo solucionó al momento y con buen humor. El amor de la cantante por Galicia y por su comida, algo que expresó en más de una ocasión durante la noche, junto con la pureza de su música, acabaron por conquistar a un público que no borró la sonrisa de su cara en ningún momento y que se atrevió a acompañarla con las palmas o incluso a unirse a ella coreando en la despedida, en la que bajó del escenario para tocar y cantar en medio de los asistentes.
Marilia consiguió crear en la Mardi Gras, en poco más de una hora y cuarto de espectáculo, un ambiente casi familiar, alejado del ruido de la música y los conciertos mainstream. El rojo del escenario, una iluminación que ella misma confesó que le había costado definir, pero que contribuyó al intimismo de la cita, y las ganas de todos los presentes de pasarlo bien acabaron creando un ideario propio. Una burbuja en la que a veces solo era necesario cerrar los ojos por un momento para viajar muy lejos y fundirse con el particular universo de la canaria.









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