
Amaia se hace mayor…

© Alba Márquez
,Ver a Amaia Romero en concierto es como volver a casa. La artista de Pamplona evoluciona en su estilo, madura sus letras, refina su música, pero encima de un escenario la espontaneidad y el ángel que la hicieron ganarse al público al principio de su carrera siguen envolviéndola como una manta agradable, que continúa enamorando a los más incondicionales que tararean sus canciones de arriba abajo, pero también a aquellos que se asoman por primera vez su arte.
En un escenario formado por una pasarela y tres cubículos que iban conviertiéndose en rincón intimista, espacio para bailarines, cobijo para los instrumentos o incluso en el telón de fondo para un “zapateao”, Amaia arrancó la primera cita de su gira “Si abro los ojos, no es real” con Visión, la instrumental que abre su último disco, para continuar con Tocotó. Con el público entregado desde el principio, el Saint Jordi Club vibró y tarareó cada tema, aunque también supo recogerse para disfrutar de esa Amaia del piano que siempre es capaz de crear magia. Ella lo mismo se atreve con García Lorca y La Tarara, que te hace una versión de Me pongo colorada de Papá Levante para conseguir emocionar al público.
Con un sonido impecable que proyectaba su voz y hacía brillar a los seis músicos que la acompañaron durante las cerca de dos horas de espectáculo, la de Pamplona siempre sorprende. No solo por su manera de enfrentarse al directo, con esa mezcla de inocencia y candidez que no ha perdido, al menos encima del escenario; sino también porque su fuerza y su aura son capaces de hipnotizar, atreviéndose incluso a tocar el arpa en un tema como Ya está. Además, incluyó coreografías o coros para conseguir atrapar al auditorio y llevarlos por un viaje en el que tienes que estar forzosamente atento porque no sabes qué te vas a encontrar.
Amaia, aquella Amaia que conocimos con apenas 19 años, se ha hecho mayor. Música, compositora, actriz, cantante, ahora también es una performer que transforma sus conciertos en una experiencia llena de sello personal que merece la pena vivir. Y que es muy real porque abraza su esencia para seguir siendo siempre ella misma.